La revolución francesa, el imperio de la ley y la fiscal.

 

“Esos territorios cubiertos por una red de administradores cuya personalidad es totalmente borrada por su servidumbre burocrática y que obedecen maquinalmente las órdenes dictadas por una voluntad central; esa obediencia pasiva de los ciudadanos a la ley y ese culto a la ley, al Parlamento, al juez y a sus agentes, que se practica hoy; ese conjunto jerárquico de funcionarios disciplinados; esas escuelas distribuidas por todo el territorio nacional, sostenidas y dirigidas por el Estado, donde se enseña el culto al poder y la obediencia (Kropotkin, 1909)”.

Tal como Jesucristo marcó un antes y un después para la sociedad occidental en cuanto a las creencias religiosas, la revolución francesa también marcó un antes y un después en cuanto a la organización del Estado y la obediencia a la ley. Es a partir de la revolución francesa que se forjan las ideas que perduran en nuestra sociedad sobre el imperio de la ley en la organización del Estado. Dado que el ancien régime la ley sólo era aplicable a los ciudadanos del segundo y tercer estado, pues los que formaban el primer estado estaban por encima de las normas legales.

Esa desigualdad ante la ley es uno de los elementos que lleva a la burguesía a rebelarse contra el primer estado y procurar que predomine el imperio de la ley. Desarraigando así los privilegios por el solo hecho de pertenecer a cierta clase social, por tanto, a partir de “La gran revolución”, no se puede considerar que los miembros de la “realeza” y los señore “feudales” no deben obediencia a la ley, todo ese proceso tardó años, pero la forma de organización del Estado cambió radicalmente.

Es así que cuando el 5 de mayo del año 1789 se reúnen en la Bastilla los estados generales, ya existía un sentimiento de repudio a la forma en que se gestiona el Estado. Por tanto, el tercer Estado se impuso y con ello el imperio de la ley, donde todos deben obediencia a la norma, siendo ciudadanos y funcionarios iguales ante la ley. Teóricamente se pasó de un estado de privilegios por herencia de sangre y títulos, a un estado de igualdad por el solo hecho de ser persona.

Esos cambios se produjeron en el papel, pero en la práctica los privilegios solo cambiaron de personajes, pues la burguesía y los funcionarios del nuevo régimen pasaron a tener privilegios ahora amparados en la ley.

Así nos encontramos que el primer estado de hoy son los funcionarios y militares (servidores públicos), el segundo estado es aquellos que tienen relaciones con funcionarios, a los que pueden llamar cuando han incumplido con la ley y el tercer estado siguen siendo los mismos ciudadanos de siempre, aquellos que trabajan, pagan impuestos y deben obediencia a la ley, dado que cuando por alguna razón se desvían sobre ellos caen todo el entramado estatal.

En el nuevo video viral sobre la miembro del Ministerio Público de una provincia del Este de la República Dominicana queda registrado que el hecho de ser funcionario de una institución del Estado, le autoriza a transitar en un vehículo sin cumplir con los requisitos establecidos en la ley. Pues la norma es para los otros, no para los funcionarios públicos. Ese comportamiento es generalizado desde el más alto funcionario hasta el de menor categoría.

Así miembros de las Fuerzas Armadas, Policía Nacional, Jueces, Fiscales y funcionarios del gobierno central-Primer Estado-consideran que no tienen que someterse a la ley, pues esta es solo aplicable al Tercer Estado, estos últimos deben trabajar para sustentar el primer estado y obedecer la ley.

La igualdad solo una utopía con la que soñaron los hombres y mujeres que entendieron que el Estado debía estar sustentado en principios elementales de la convivencia social pacífica, donde todos incluyendo el más encumbrado de los funcionarios debía estar bajo el imperio de la ley.

El irrespeto a la ley de los de arriba, lleva necesariamente a la desobediencia de los más desfavorecidos. Ojalá en algún momento se pueda aplicar la ley a todos con la misma vara, de lo contrario llegaremos a la revolución nuevamente, pero con consecuencias más devastadoras que la famosa guillotina que puso a volar la cabeza de los más encumbrados de la sociedad francesa del siglo XVIII.

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