El final del derecho a la intimidad, vigilancia permanente a través de la tecnología.

 

El día que detuvieron en un aeropuerto de Detroit a Hasan Elahi su vida le cambió dramáticamente, igual les ha pasado a muchos ciudadanos luego de los atentados del 11 de septiembre del año 2001. Se puede asegurar que la vida de Hasan  se ha convertido en paradigmática cuando se habla del derecho a la intimidad, dado que él decidió utilizar su privacidad como una denuncia a la vez que se protege de ser inculpado de un delito que no cometió.

Para estar a salvo de las autoridades del gobierno de los Estados Unidos Hasan Elahi proyecta en tiempo real casi todas sus actividades diarias, cada minuto de su vida activa está a la vista de cualquier ser humano. Es el panóptico del filósofo utilitarista inglés Jeremy Bentham (1748-1832) hecho realidad.

Todo inició cuando erróneamente fue considerado terrorista por el FBI, el proceso le costó un largo tiempo de incertidumbre, con interrogatorios y molestias frecuentes a causa de la sospecha que recae sobre él, incluyendo someterse en varias ocasiones a detector de mentiras. Sin embargo, aunque las autoridades se dieron cuenta del error, decidió mantenerlos informados de cada movimiento que hace dentro y fuera de los Estados Unidos.

Elahi a través de su proyecto artístico “Tracking Transience-seguimiento de la transitoriedad”, se ha mostrado a las autoridades en tiempo real, una decisión en protesta contra el sistema de vigilancia que a partir de los atentados del 11 de septiembre del año 2001 tienen los organismos de seguridad de los Estados Unidos contra los ciudadanos, del cual fue víctima. Sin embargo, su exposición pública consciente no deja de ser la realidad de gran parte de la población mundial, pero de forma inconsciente.

La extraordinaria cantidad de datos que manejan las instituciones públicas y privadas sobre la vida de los individuos, es una invasión constante a la intimidad de las personas. Lo grave es que la mayor parte de esa información se la suministramos nosotros mismos, igual que lo hace Hasan Elahi. Con la única diferencia que él lo hace consciente y nosotros de forma inconsciente.  Basta escudriñar nuestros viajes y actividades guardadas en Google Maps, esa herramienta que nos sigue a todos los lugares que visitamos.

Dentro y fuera de las fronteras de tu país, existe un cronómetro del viaje que llega a los servidores de cada una de las empresas que nos brindan la oportunidad de estar comunicados. Lo más increíble es que muchas de esas aplicaciones están disponibles en forma “gratuitas”, pero nada más caro que aquello que un empresario te ofrece gratis.

Por ello una gran cantidad de leyes en los últimos tiempos han querido regular la forma en que Facebook, Twitter, Instagram, Wasap, recolectar y utilizan nuestros dados, para manipular nuestros consumos, gustos y preferencias a través de la tecnología sementada, pero no ha sido, ni creo que será posible. Ya que nos hemos hecho dependiente de la tecnología y los empresarios y los Estados lo saben. En la tecnología está en juego uno de los derechos más relevantes que tiene cualquier ciudadano, su intimidad.

La intimidad es esencial para la protección de otros derechos de la personas, con la tecnología ha pasado ser una realidad opaca, pues además de la información que voluntariamente entregamos a los gobiernos, existen otros instrumentos estatales que logran captar y guardar nuestra imagen, voz y movimiento para ser utilizado en contra de nosotros mismos en el momento que así lo desee el orden económico, político o social.

Es evidente que en cada avance de la humanidad hemos tenidos que ceder algunas de nuestras libertades individuales, desde que se creó la ficción del contrato social hemos estado cediendo parte de nuestra propia libertad a cambio de una protección que en la realidad es también una ficción. En base a la protección de nuestra integridad en la actual época de la tecnología se ha decido que tenemos que estar vigilados por nuestra propia seguridad.

Finalmente el ojo del “gran hermano”, nos mantiene vigilados en todo momento. Vivimos una prisión vigilada sin estar encerrado en una cárcel, es el panóptico de la tecnología que vigila cada paso que damos. Es el final del derecho a la intimidad.

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