Cuando la cárcel es un premio y la libertad un castigo.

 

Existe la posibilidad de influir en una persona ofreciendo que realice algo, sin embargo, el objetivo que se persigue es precisamente que haga lo contrario de lo que se le pide. En la psicología inversa pretende influir en el comportamiento de las personas pidiéndole que realice acciones en las cuales subyace un engaño, pues la finalidad es provocar un comportamiento contrario a lo que se solicita. 

El derecho penal, tiene como una de la finalidad esencial provocar cambios en el comportamiento del ser humano, para lograrlo se ha instituido la pena como eje central de esa función. La pena privativa de libertad es la manera más drástica de afectar a un ser humano que por alguna razón se ha desviado de los parámetros regulados por el derecho penal. Es, por tanto, a través de las penas que el Estado procurará encauzar los comportamientos desviados de ciertos individuos a los cuales se les ha dictado una sanción-pena-privativa de libertad. 

De lo anterior se deduce que cuando el Estado a través del sistema de justicia penal impone la pena privativa de libertad, está cumpliendo con el rol esencial del derecho penal. Lo que provocará que dicha sanción penal operará como un remedio para alienar el comportamiento del penado a los lineamientos trazados por el derecho penal y Estada en su aplicación de política criminal. Pero qué sucede con aquellos individuos que la privación de libertad en un centro penitenciario provoca en él un alivio más que una condena.

En principio la sanción penal no debe verse como un castigo, pero en la realidad la misma opera como tal, aunque una vez la persona ingrese al sistema penitenciario debe ser respetado sus derechos fundamentales, lo cierto es que en modo alguno el sistema cumple con este cometido. 

En ese sentido la Oficina Nacional de Defensa Publica ha denunciado en los últimos días el grado de hacinamiento, deshumanización y violación de los derechos humanos de los internos. Por tanto, la finalidad de la pena-rehabilitar y resocializar es solo una ilusa idea que tenemos algunos penalistas.

El sistema penitenciario, por tanto, funciona como centro de perversión social más que como rehabilitador de la conducta. Entonces ¿Dónde prefiere estar un delincuente habitual? ¿Privado de libertad o en libertad? Las respuestas pueden ser variopintas. Pero lo cierto es que, para muchos delincuentes es mucho más agradable vivir dentro de un recinto carcelario de la República Dominicana, que en libertad.

Las razones son obvias, dentro del sistema carcelario existe un alto grado de corrupción, lo que implica que quienes conocen cómo funciona el sistema, tienen grandes ventajas cuando están privados de libertad. Ya que se saben “mover” en el sistema y dentro del mismo se sienten seguros físicamente y pueden obtener recursos económicos realizando “negocios” desde los centros, ya sean lícitos o ilícitos. 

En libertad esos individuos son vulnerables, pues sus “enemigos” están al acecho y las autoridades también, lo que implica una persecución constante. Pues al no saber quien o quienes son sus enemigos potenciales se sienten débiles en las calles.

Cada ser humano tiene su propia perspectiva de la vida, por eso parecería ilógico que el castigo para ciertos individuos es dejarlo en libertad, mientras la cárcel se convierte en una especie de paraíso donde se sienten a sus anchas. La amenaza de perder la libertad impregnada en las leyes penales es lo que hace que algunos ciudadanos no incurran en hechos delictivos, pero desafiar esa amenaza es lo que lo llevará donde realmente quieren estar, en la cárcel. Su libertad es la prisión.

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