EL TUMBAPOLVO
|Conforme al relato bíblico de la creación, Dios creó al hombre del polvo de la tierra para que viviera eternamente sobre ella, pero cuando advirtió que lo había desobedecido al probar del árbol del conocimiento del bien y del mal del que tenía prohibido comer, lo castigó mediante sentencia inapelable: eres polvo y al polvo volverás.
Ese dato evidencia que existe una historia común entre el hombre y el polvo. Obviamente, no pretendo hacer esa historia, aunque sería interesante que algún entendido en la materia la haga en algún momento.
Más que eso, lo que pretendo es hablar de un oficio muy antiguo, tan antiguo como la prostitución, y que tiene que ver precisamente con el polvo. De manera específica me refiero al oficio de tumbar polvo, o tumbapolvo, como es conocido popularmente.
Hasta donde sé no hay nada escrito acerca de quién fue el primer tumbapolvo de la historia, pero, de seguro, fue algún primo de Adán o de Eva que comprendió que el ego de los que mandan se alimenta con la adulación exagerada y la aprobación permanente y sin discusión de todo lo que dicen o hacen éstos.
Desde aquellos tiempos hasta acá, el tumbapolvo ha logrado establecerse como una figura importante en casi todos los ámbitos, gracias a su innegable capacidad para sacar provecho de todo y saber hacia dónde sopla o soplará el viento, lo que le garantiza anticiparse a los acontecimientos y predecir casi con exactitud los cambios de humor de las personas a las que les sirven.
Quizás esta sea la razón que le permitió al tumbapolvo aprender a decir únicamente lo que el que manda quiere escuchar, como el Photoshop que solo refleja la imagen que su usuario desea ver. Por algo su filosofía de vida es no contrariar ninguna decisión del jefe por muy disparatada que parezca, ya que criticarla por privar en “independiente” no parece ser una acción muy inteligente por las consecuencias que acarrea.
La experiencia le ha enseñado al tumbapolvo que es más rentable guardarse su opinión, especialmente cuando ve que el que se atreve a pensar con cabeza propia, y tiene la osadía de disentir de las ideas del que manda, suele ser apartado del círculo íntimo de éste.
Aclaro que no es mi intención hacer una apología del tumbapolvo. Pienso que es innecesaria hacerla porque la realidad le ha terminado dando la razón, aunque los que hemos sido formados en la escuela romántica de la vida se nos haga difícil admitirlo, tomando en cuenta que en esa escuela se nos ha enseñado a despreciar al tumbapolvo por su servilismo.
Sé que algunas personas pensaran que estoy equivocado en lo que digo, y realmente quisiera estarlo, porque lo lógico y razonable es que la lealtad a quien se sirve, sea tu amigo o no, la independencia de criterios y el compromiso con una causa sea lo que se valore, características éstas que no son propias del tumbapolvo, pero lamentablemente el peso aplastante de la realidad es lo que cuenta, lo otro solo sirve para escribir historias de amor y de entretenimiento.