A mi Madre: In Memoriam

Visité a mi hermana mayor el sábado, víspera del día de las Madres, al llegar a su casa me preguntó si había ido al cementerio. No es extraña la pregunta, ya que los restos de mi Madre fueron dejados en aquel agreste y solitario lugar hace siete largos años. Pero me hizo reflexionar sobre el tema de los difuntos, que siendo seres tan queridos en vida, son visitados luego en aquel lúgubre lugar. Además, se añade el hecho que luego de haber pasado tanto tiempo alejado de visitas a familiares, cuando me apersoné por el deseo de verla, la primera pregunta se refiera al cementerio, lugar en el cual expuse frente a los féretros de mi Padre y Madre las últimas palabras de despedidas de este mundo, apenas con cinco años de diferencia.

La reflexión me llevó a varias preguntas sobre el ¿Por qué no visito a mis seres queridos en el cementerio? Respetando aquellas personas que sí lo hacen, he aprendido algunas enseñanzas que me alejan un poco de ese solitario lugar. 

El primer elemento, es que no recuerdo a mi madre muerta, de hecho el recuerdo que tengo de ella es sonriendo, ya que tenía una sonrisa muy particular. Quizás debido a que  vivió una vida muy sacrificada a causa de haber expulsado de su vientre trece vástagos, lo cual le hizo dedicar su vida al cuidado de cada uno, no fue una tarea fácil. El ciclo era estar embarazada y  cada dos años traer una nueva vida al mundo. Eso hizo que, ya en los años que no tenía que dedicarse al cuidado de los niños, cuando sonreía lo hacía desde el corazón. 

El segundo elemento, es la sensación de que en el cementerio no queda nada especial de ella, pues los huesos del ser humano, tienen sentido cuando sirven para mover el cuerpo físico que sostiene, luego pasan a ser solo un elemento más de la historia humana, de ahí que la parte metafísica del ser humano, debe ser la más trascendental para las emociones que sentimos hacia los demás, la cual ya no se encuentra en ese lugar, prefiero pensar que su espíritu fue a morar en otro ser con las cualidades humanas que la adornaron, o dependiendo de las creencias que profesamos, que está morando en la gloria eterna.

El tercer elemento, parte de la idea de creer en aquello a lo que ella dedicó gran parte de su vida, pues decía que nuestra vida en la tierra es pasajera, y que luego de ésta quien hiciera lo correcto estará en el cielo con el Señor. A veces me resulta extraño ver personas visitar a sus seres queridos en el cementerio, cuando ellos mismos creen en la vida eterna y que el cuerpo físico, no es más que una maleta en el cual se guarda durante nuestro paso por la tierra, ese cuerpo espiritual, que al llegar a esa morado pasajera llamada cementerio, sale de su embalaje para continuar su trayecto a donde pertenece, al cielo. 

Por eso y algunos otros elementos que no caben en este espacio, siento que mi Madre, no está en el cementerio, ni la recuerdo en el féretro donde la deje aquel día en ese lugar. Pienso, que si existe una vida placentera luego de ésta, ella la merece,  porque la ganó con su sacrificio. Prefiero seguirla recordando cómo era en vida, amable, bonachona, tímida y trabajadora. Además, esa mujer me dejó el legado de ocho hermanas, las cuales las considero mi Madres en Amor y cariño, ya que cada una de ellas estuvo al igual que yo en el mismo vientre por espacio de nueve meses. 

Si el cristianismo nos enseñó que Jesús no está muerto, cuando en el evangelio de San Lucas 24-4-5, nos narra lo siguiente: “Y aconteció, que estando ellas espantadas de esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestidura resplandecientes; Y como tuviesen ellas temor, y bajasen el rostro tierra, les dijeron ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”. Por eso es qué viviendo mi Madre en mi corazón, no quiero ir a buscarla al cementerio,  ella también fue hija de Dios.

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