Miguel Hernández, 76 años después de su muerte.
|El sábado 28 de marzo del año 1942, exactamente a las 5:30 am, moría en la enfermería de la prisión de Alicante, a los 31 años de edad, uno de los mejores poetas españoles del siglo XX, Miguel Hernández Gilabert, víctima de una tuberculosis pulmonar aguda que había contraído en su largo peregrinaje por las distintas cárceles de España.
Con una impresionante obra poética, a pesar de la brevedad de su vida, Miguel Hernández fue un poeta que escribió, se comprometió y luchó por las mejores causas de su pueblo.
De ahí que al estallar la guerra civil española en el año de 1936, Miguel Hernández se alista para el combate como voluntario del histórico V regimiento del ejército republicano, ya que en ese momento más que nunca creía en la necesidad de luchar por el pueblo desde el mismo frente de batalla.
Ante su escasa preparación como combatiente, Miguel es reclamado para tareas más útiles, culturales y propagandísticas del ejército de la República, y que se ajustaban más a su condición de poeta.
De este modo, Miguel Hernández pasa a formar parte de la Décima brigada del ejército republicano, dedicada especialmente a tareas culturales y conocida popularmente como el batallón del talento, lo que permitió, aun en medio de la guerra, continuar el desarrollo de su obra poética.
Con sus nuevas responsabilidades propagandísticas y de animación cultural, Miguel Hernández, el poeta de la guerra y del compromiso social con su pueblo, logra convertir la poesía en una potente arma de combate.
“Para la libertad sangro, lucho, pervivo, / para libertad, mis ojos y mis manos, / como un árbol carnal, generoso y cautivo, / doy a los cirujanos”, escribe en un estremecedor poema titulado el Herido, publicado a finales del año de 1937 en su libro Vientos del Pueblo, con el que una vez más prueba su inquebrantable compromiso con la libertad.
El 19 de diciembre del año de 1937 nace su primer hijo, Manuel Ramón, noticia que le llega estando en el frente de batalla en Teruel. “Fue la primera vez de la alegría / la sola vez de su total imagen. / Las otras alegrías se quedaron / como granos de arena entre los mares”…, escribe.
A finales del año de 1938, ante el avance arrollador de las fuerzas franquista, la guerra ya se da por perdida y se propaga la desilusión en el ejército republicano: Miguel no escapa a esta realidad. Cansado, desmotivado y decepcionado, solo encuentra consuelo en el anuncio de su mujer de que está nuevamente embarazada.
Sin embargo, el 19 de octubre del año de 1938, exactamente diez meses después de haber nacido, muere por desnutrición Manuel Ramón, recibiendo Miguel Hernández el golpe más duro de su vida.
“Cuerpo del amanecer: / flor de la carne florida. / Siento que no quiso ser / más allá de flor tu vida”, escribe, y más luego agrega en este sentido y desolador poema: “Corazón que en el tamaño / de un día se abre y se cierra. / La flor nunca cumple un año, / y lo cumple bajo la tierra”.
Ante tanta tristeza y desolación, Miguel busca consuelo en el nuevo hijo que está por nacer y escribe uno de los más enternecedores poemas que se hayan escrito en lengua española al vientre de una mujer, como el hogar donde se desarrolla la vida.
“Menos tu vientre”, escribe el poeta, “todo es confuso. / Menos tu vientre / todo es futuro / fugaz, pasado / baldío, turbio. / Menos tu vientre / todo es oculto, / menos tu vientre / todo inseguro, / todo postrero, / polvo sin mundo. / Menos tu vientre / todo es oscuro, / menos tu vientre / claro y profundo”.
Pocas veces un poeta había podido retratar de forma tan sencilla y sin adornos, dos ideas tan contrapuestas: la ilusión por el hijo que llega y la desilusión por el mundo que tendrá que ver.
El 4 de enero del año de 1939 nace Miguel Ramón, su segundo hijo, pero Miguel Hernández apenas lo puede conocer porque debe asumir nuevamente sus responsabilidades políticas en el frente de batalla de una guerra que ya se sabía perdida.
El 1ero de abril del año de 1939 oficialmente concluye la guerra civil española, iniciándose una tenaz persecución contra todos los combatientes del bando republicano, por lo que a Miguel le aconsejan que huya de España, porque su nombre aparecía entre los más buscados.
Miguel intenta huir a través de la frontera portuguesa, pero el domingo 30 de abril del año de 1939 es detenido por la policía portuguesa y tres días después lo ponen a disposición de las autoridades militares franquistas en el puesto de Rosal de la Frontera, donde es reconocido por un guardia civil como un activista del ejército republicano. Orina sangre de la paliza que recibe en la misma cárcel de Rosal.
Hacia el 9 de mayo es trasladado desde el depósito municipal de Rosal de la Frontera a la prisión provincial de Huelva, y cuatro días después a la prisión habilitada de la calle Torrijos en Madrid.
Es en esta prisión que Miguel Hernández recibe la noticia de que su mujer, a falta de otros alimentos, solo come pan y cebolla, y que su hijo no la está pasando bien. Compone allí la famosa “Nanas de la cebolla”, considerada como la más trágica canción de cuna de la poesía española.
“En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre, / escarchada en de azúcar / cebolla y hambre”…, escribe el poeta, para continuar diciendo en otras estrofas: “Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea… “Desperté de ser niño: / nunca despiertes. / Triste llevó la boca: / ríete siempre. / Siempre en la cuna / defendiendo la risa / pluma por pluma”… “Vuela niño en la doble / luna del pecho: / él, triste de cebolla, / tú satisfecho. / No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre”.
El 15 de septiembre del año de 1939 Miguel es sorpresivamente puesto en libertad por una orden del gobierno civil de Madrid, a pesar de que el 7 de octubre estaba convocado el consejo de guerra que lo iba a juzgar.
Ante el evidente error cometido por las autoridades civiles del gobierno de Madrid, inician nuevamente la persecución contra Miguel Hernández, quien, desoyendo las voces de sus amigos que le aconsejan que huya inmediatamente de España, comete la torpeza de ir a Orihuela, su pueblo natal, porque quería ver a su hijo.
Allí es reconocido y nueva vez detenido. Lo condujeron al sótano del seminario de Orihuela hasta su traslado a Madrid para ser juzgado por un consejo de guerra.
En Madrid es juzgado y condenado a la pena de muerte, pero seis meses después le conmutan la pena por la de treinta años y un día: Franco no quería otro García Lorca.
En su largo peregrinaje por la geografía carcelaria española, y en las peores condiciones, Miguel Hernández enferma de tifus, que luego se complica con una tuberculosis pulmonar aguda.
Irónicamente, el poeta que tanto escribió y luchó por la libertad en todas sus manifestaciones murió el 28 de marzo del año de 1942 precisamente por carecer de ella.