Lili

¿Hasta qué hora trabajas?, preguntó la joven unos segundos antes de bajarse de aquel vehículo que le brindaba un servicio de transportación… Ella, la conductora, no esperaba esa pregunta, se inmutó y: “No sé!”, sin pensarlo, respondió.

Todo empezó a los ocho días del mes de agosto de aquel año, el reloj marcaba las cinco y siete de la tarde. Atravesaba esa avenida popular.
Radio encendido, llevaba una conversación en el teléfono. En medio de la risa, le entró una llamada de su trabajo, que la hizo coincidir con Lili, a quien desconocía aún.

Ya en frente de la dirección indicada… “¡Buenas Tardes!” Dijeron ambas, al abrir Lili la puerta.
Vehículo en marcha de inmediato. El mapa reflejó veintitres minutos de trayecto.
Al llegar al lugar errado, por falla de la empresa que envió el transporte, Lili, con una tranquilidad y paciencia increible, solo dijo: “Es en el lado opuesto, si quieres te guio”.. Y los próximos veintidos minutos fueron claves para que la que guiaba pudiera “digerir” aquella reacción poco común y con tanta educación, a pesar del error.

Al bajarse, en el lugar correcto, luego de Lili preguntar a qué hora trabajaba, sacaron sus teléfonos y guardaron los diez dígitos en su lista de contactos… “¿Qué nombre le pongo?” Le preguntó la conductora… “Lili”, le respondió ella.
Y se siguió repitiendo el “recorrido”, unos que otros días… ya con un poquito más de confianza: “Súbeme esa música”, “Sube el aire”, “¿Cual fragancia llevas puesta?”, “Espérame unos minutos”…

Hasta que llegaron al tema de ese ocho de agosto, y se dieron cuenta que…
Ninguna acostumbraba a dar su número personal a “desconocidos”, ni Lili utilizaba esa empresa con frecuencia para moverse en la ciudad, pero ese día, ese día debió pasar para que en otro servicio ordenado ya directamente, Lili le pudiera dar ese mensaje divino a quien la recogió:
“Pon tu día en manos de Dios y verás que te irá bien”… silencio total por unos segundos y mucho agradecimiento de parte de la receptora, luego.

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