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Cada vez que un feminicidio adquiere notoriedad pública, junto con la justificada indignación colectiva, suele aparecer una contraofensiva que pretende ignorar o desviar la fuente primigenia del problema: las “masculinidades negativas” que apelan al machismo y la misoginia en las relaciones entre las mujeres y los hombres.
Esta contraofensiva comienza por rechazar la existencia del feminicidio como fenómeno antropológico. Ello supone rechazar negar de plano la existencia misma de “violencia de género”, de la cual el feminicidio es su manifestación extrema, la que cierra el círculo vital con la eliminación física de la mujer.
Hay varias estrategias argumentativas para “rechazar” la existencia de los feminicidios: 1) diluir la violencia contra la mujer en la violencia social en general; 2) convertir al agresor en un enfermo o un monstruo; 3) responsabilizar a la “ideología de género” del feminismo de una supuesta “crisis de valores familiares”.
Sin embargo: 1) la violencia contra la mujer tiene características peculiares, fundadas en la pretensión del dominio machista o en la misoginia; 2) los feminicidas no son enfermos ni monstruos, sino hombres que asumen masculinidades negativas; 3) la “ideología de género” feminista promueve masculinidades positivas.
Cuando se ignoran las peculiaridades de la violencia machista o misogina contra la mujer –cuya manifestación más visceral es el feminicidio– se dificulta el diseño de políticas apropiadas para abordarla desde diversos frentes: educación, salud mental, prevención y persecución penal, entre otras.
Cuando convertimos a los feminicidas en enfermos o monstruos, nos negamos a asumir la autocrítica colectiva por las masculinadades negativas que han sido culturalmente inculcadas y, por lo tanto, rechazamos la necesidad de la deconstrucción del machismo que tanto dolor ha causado a las familias del país.
Cuando responsabilizamos a la “ideología de género” de los feminicidios, no solo justificamos moralmente la conducta desviada del feminicida, sino que cuestionamos la legitimidad de cualquier intervención que promueva la construcción de masculinidades positivas, esto es, no machistas ni misoginas.
Un problema social complejo como la “violencia de género”, cuya expresión más descarnada es el feminicidio, no se puede abordar seriamente si no reconocemos que el machismo y la misoginia son sus fuentes primarias, y que por ello debemos aspirar a nuevas masculinidades positivas.
Cuando el feminicidio suena suele ser precedido de episodios de violencia que han sido «silenciados» “por el bien de la familia”, “para no dañar el honor del hombre”, u otras tantas “razones” que exigen el sacrificio de la mujer. Negar que exista el feminicidio es el silenciamiento final. ¡No lo permitamos!