Una educación integral e inclusiva…(Otra reflexión moral)_

Cada cierto tiempo surgen dilemas morales entre “progresistas” y “conservadores” que desde sus trincheras ideológicas aspiran a moldear la “conciencia colectiva” de la sociedad dominicana. Se requiere, pues, un diálogo constructivo que supere cualquier pretensión de imponer un pensamiento único.

La educación de las niñas, los niños y los adolescentes es un campo tradicional de confrontación ideológica, porque representan el futuro de la sociedad. Los valores que éstos aprendan serán determinantes para la conciencia colectiva de la posteridad. Por ello, es entendible que las madres y los padres instruyan sus hijos e hijas conforme a sus valores morales.

Las madres y los padres podemos elegir la perspectiva moral que consideramos apropiada para la educación de nuestros hijos e hijas, especialmente cuando optamos –quien pueda– por centros privados; pero el Estado –como “agente moral subsidiario”– debe impulsar en el sistema educativo una “ética mínima” que promueva los derechos y deberes fundamentales para asegurar una convivencia colectiva armónica.

Sin desmedro del legítimo interés de los padres y las madres de “adoctrinar” a sus hijas e hijos a partir de sus concepciones ideológicas, éstos deben aprender a cultivar valores diversos –en las escuelas y en los hogares– que les permitan vivir en una sociedad cada vez más pluralista y abierta, para que cuando tengan la madurez suficiente escojan por sí mismos la cosmovisión ideológica que consideren más apropiada para sostener su “proyecto personal de vida” y respeten las de los demás.

Es por lo anterior que las escuelas no deben convertirse en un campo de batalla entre progresistas y conservadores que pretendan modelar unilateralmente el futuro de la sociedad, sino que deberían estar abiertas a distintas perspectivas ideológicas, pudiendo enfatizarse las tendencias y valores que escojan las familias, sin obviar que el espacio primario de instrucción moral es el hogar.

Así, por ejemplo, Yudelka y yo somos progresistas moderados, y nuestros hijos estudian en colegios privados de tendencia religiosa. El mayor en uno católico y el menor en uno protestante. Escogimos éstos a partir de una ponderación de factores condicionados por varias limitaciones que no vienen al caso. Sin embargo, en casa reforzamos, filtramamos o desechamos a partir de lo que consideramos conveniente para la formación humana de los niños.

No nos podemos molestar porque a nuestros hijos les enseñen doctrinas religiosas (puesto que están en “colegios de tendencia”), pero como aspiramos que ellos puedan ser tolerantes y librepensadores debemos supervisar en casa que no sean adoctrinados a partir de criterios religiosos que entren en contradicción con los valores que queremos inculcarles.

Aspiramos que nuestros hijos sean sensibilizados en la “perspectiva de género” y que aprendan a respetar la “diversidad de género”, por lo que intentamos instruirles en el hogar lo que en sus colegios omiten, para seguir sumando hombres a la construcción de una sociedad cada más igualitaria e incluyente, y para que aprendan a ejercer –en el futuro– su sexualidad con responsabilidad.

Aunque sobra decirlo, esta reflexión está escrita en la primera persona del plural porque refleja la perpectiva moral que como padre asumo junto a Yudelka en el proceso de enseñanza-aprendizaje nuestros hijos. Creemos en que la educación de los niños debe satisfacer tres “íes”, esto es, ser integral, inclusiva e “interesante”.

Para un análisis jurídico es necesario ponderar más rigurosamente las cláusulas constitucionales que establecen las libertades de pensamiento, creencias y cultos, el derecho de libre desarrollo de la personalidad ¿de las personas menores de edad?, las prerrogativas que reconocen a las madres y los padres los derechos de familia y educación, así como el alcance (positivo) y los límites (negativos) de la función subsidiaria del Estado en materia educativa.

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