Jesús crucificado en el estrado: la simbología en el proceso penal

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Cada año en esta misma fecha acudimos a uno de los hechos históricos que ha marcado la sociedad occidental por más de dos mil años. El inicio de la cuaresma se celebra con distintas exequias y penitencias religiosas cuya finalidad es matar a Jesucristo y resucitarlo  tres días después de ser llevado al sepulcro. La sociedad occidental mantiene esa tradición, a pesar de que según la misma fe religiosa, Jesús está resucitado y a la diestra de su padre en el cielo.

Dentro de toda la parafernalia que ofrece el acontecimiento religioso, existen varios momentos que vale la pena resaltar desde el punto de vista histórico: a) La facilidad con las que son manipuladas las masas; b) La forma en que actúa la política para complacer a las masas, sin importar que para ello cometan injusticias. Esas dos vertientes se reflejan cuando Jesús llega el domingo de ramos y es recibido con algarabía por esas masas, que tres días después pedían que lo crucificaran para que soltaran al delincuente Barrabas. Por otro lado cuando Jesús es llevado ante Pilato, éste para ser simpático con las masas, se lava las manos, a pesar de entender que Jesús no había cometido delito alguno.

Pilato, como Magistrado que debía velar por el cumplimiento de la Ley en su territorio, tenía en sus manos la oportunidad de actuar en favor de lo justo y legal, pero prefirió hacerse a un lado.  Acontecimiento populista desde el punto de vista político, pero le permitió mantener la simpatía de los judíos con al imperio, aunque en el tiempo, pudo ser el detonante que le genero un gran número de conflictos futuros.

Si comparamos el comportamiento de Pilatos, con las actuaciones de los jueces en el sistema penal dominicano, podemos concluir que no hay mucha diferencia. Acudimos todos los días a un espectáculo parecido, en el cual la población pide a gritos la crucifixión de personas, sin un juicio previo. Los jueces con el conocimiento de que no es necesario cortar la cabeza antes del juicio, acceden para complacer a las masas, actuando como cómplices, sin reparar en que su función es controlar arbitrariedad y garantizar derechos.

Además con la agravante que esas acciones se cometen y se perpetúan en el tiempo, bajo una simbología que se ejecuta en forma silenciosa. La comunicación a través de los símbolos es tan o más efectiva que el lenguaje hablado. Mientras el habla tiene sonido y matices, los símbolos se comunican silenciosamente. Sus ruidos sólo se sienten, no se escuchan.

Así de silencioso es la comunicación que transmite el Cristo Crucificado en el estrado de los jueces penales. Un cristo que en silencio le comunica a los imputados, tal como fue el maldito proceso-debido proceso-del Nazareno será el tuyo. Olvidando que ese maldito proceso de Jesús le valió a la humanidad, más pesares que los que sufrió Jesús en la Cruz.

El debido proceso está diseñado en las normas que lo describen, como garantías que permiten al ciudadano defenderse de las arbitrariedades del estado. Detener esa arbitrariedad, es la función esencial de los jueces-de las garantías-, pero cuando éstos se convierten en cómplices, solo contribuyen a afilar cuchillo para sus propias gargantas.

Es lacerante observar como cada día se sigue violentando el debido proceso en materia penal, misma que sirvió de sustento al poder omnímodo del imperio romano para matar sin piedad a un hombre inocente, bastaba con respetar el procedimiento establecido en ese momento para no cometer tal injusticia.

Hoy podemos afirmar que seguimos violentando el debido proceso en contra de los imputados. Lo peor es que se realiza haciendo que mire frente al juez lo que simboliza la peor aberración al debido proceso, la crucifixión de Jesucristo. Y los jueces penales bien gracias, lavándose las manos como el propio Pilato.

Vamos a crucificar a los imputados, tal como lo hacemos cada año en esta fecha con Jesucristo. Para estar libre de pecado, es suficiente con lavarse las manos.

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