El coronel no tiene quien le escriba o la angustia por la espera

Dicen los que saben que “Cien años de soledad” es la mejor novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez, y yo, que no soy crítico literario ni nada que se parezca, también lo creo.

Pero como la realidad es tan rica en sus variedades y cada quien elige lo que más le agrada, yo no oculto mi preferencia por “El coronel no tiene quien le escriba”, preferencia a la que tengo perfecto derecho, ya que me importa muy poco ir contra la corriente, ya sea en materia literaria o en cualquier expresión del pensamiento.

Mi inclinación por esta novela se debe fundamentalmente al carácter existencial de la misma. Pocas veces un escritor había logrado en tan pocas páginas pintar un cuadro tan desolador y angustiante como el que representa esta historia del coronel y su esposa, teñida por el color oscuro de la pobreza, la indiferencia y la desesperación.

El coronel era un veterano de la última guerra civil que desde hacía de más de quince años tenía como único oficio el esperar. Pero, ¿qué esperaba el coronel? Esperaba cosas tan naturales y fuera de su control como la llegada de un viernes, el recibimiento de una carta donde se le otorgaría la pensión que como veterano de guerra le correspondía, y sobre todo, esperaba el triunfo de un gallo de pelea, herencia de su hijo muerto por distribuir informaciones clandestinas.

Durante los tres meses en que discurre la novela, García Márquez hace del coronel un verdadero profesional de la espera, de la paciencia y de la firmeza que caracteriza a los hombres honestos, a pesar de los severos golpes que continuamente había recibido en la vida, como el asesinato de su hijo Agustín, por ejemplo, que es de esos golpes que “abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte”, como diría un verso de César Vallejo.

De esta historia nacida del genio creador de García Márquez se pueden extraer innumerables enseñanzas, porque de una u otra manera todos los latinoamericanos nos vemos reflejada en ella.

¿Cuántos latinoamericanos curtidos en las luchas por las mejores causas de sus pueblos han visto pasar sus mejores años esperando un reconocimiento que nunca llegó? ¿Cuántos latinoamericanos han cifrado sus esperanzas de mejoría económica o ascenso social a partir de las expectativas de triunfo de una determinada organización política, y que luego fueron olvidados cuando ese partido llegó al poder bajo la excusa de que no había cama para tanta gente? ¿Cuántos latinoamericanos no han tenido un compadre o un amigo como don Sabas que solo ve dividendos en cualquier tipo de relación? ¿Cuántos latinoamericanos no han mentido para ocultar su verdadera condición económica ante las preguntas necias de la gente, como frecuentemente hacía el coronel?

En suma, esta novela de Gabriel García Márquez tiene la virtud de reflejar como lo haría un cuadro de algún pintor realista la vida cotidiana de nuestros países, sus azares y sus desilusiones, pero donde siempre hay algún espacio a la esperanza, ya que como dice el dicho es lo último que se pierde.

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