Educando a nuestros hijos…(Una reflexión moral)

Aʟʙᴇʀᴛᴏ quiere ser paleontólogo. Le gustan los animales y los videojuegos. Está aprendiendo a jugar fútbol. Tiene una capacidad de lectura rápida –heredada «genéticamente» de Yudelka– que envidio, y es más analítico-crítico que yo. Aprendió en casa que sus maestros no siempre tienen la razón.

Aʟᴇᴊᴀɴᴅʀᴏ quiere ser “mecánico de aviones” y le gusta la pintura y la música. En el colegio le enseñan a leer, escribir, contar y rezar; pero en casa le enseñamos a amar, pensar, tolerar y respetar a los demás, para que en el futuro pueda tomar libremente sus propias decisiones.

Es incuestionable que la educación de los niños es una responsabilidad primaria –aunque no exclusiva– de las familias, por lo que las madres y los padres debemos ser cautos a la hora de escoger las escuelas y colegios que nos van a ayudar en el proceso de enseñanza-aprendizaje de nuestros hijos.

Sin embargo, rara vez existe la posibilidad de controlar preventivamente los valores morales que tratarán de enseñar a nuestros hijos en las escuelas. Además, no siempre podemos –por diversas razones– escoger colegios o escuelas que calcen razonablemente con nuestras convicciones morales. Pero siempre podemos corregir en casa lo que están aprendiendo nuestros hijos.

No han sido pocas las veces que Yudelka y yo hemos tenido que matizar, reorientar o deconstruir ideas que han pretendido imponer doctrinariamente a nuestros hijos en sus colegios: el mayor estudia en uno católico y el menor en uno evangélico; y gracias al refuerzo corrector de papá y mamá hasta ahora han primado los valores inculcados en el hogar.

Lo ideal es que las familias se ocupen de enseñar a las niñas y los niños valores morales que garanticen la convivencia armónica de una sociedad abierta y plural. Pero lo ideal rara vez empalma con lo real. No podemos obviar que existen padres y madres que no asumen el rol que les corresponde como agentes morales.

Aún las familias que ejercemos la dirección moral de los niños, no podemos negar el deber institucional del Estado de enseñar a nuestros hijos –como agente moral subsidiario– los valores fundamentales que sustentan la Constitución del país (dignidad, igualdad, libertad) para que aprendan a respetar los derechos de los demás y a vivir en armonía social.

Las familias que se ocupan de cumplir su rol de dirección moral no debemos temer demasiado por lo que puedan enseñarles razonablemente a nuestros hijos en las escuelas, ya que podemos siempre modular, corregir o deconstruir las ideas o criterios (no compartidos) que traten de inculcarles para asegurar nuestra «posición dominante» como agentes morales.

Las familias que no se ocupan de “filtrar” o corregir en casa lo que a sus hijos les enseñan o, mejor dicho, lo que aprenden (que no siempre es lo mismo) están a expensas de que los otros agentes morales (formales e informales) que interactuan con ellos sean quienes determinen la mayor parte de su conciencia moral crítica.

Los niños no viven en una burbuja, por mucho que uno encuentré un colegio acorde a nuestras convicciones, sino que están expuestos a múltiples influencias morales que rara vez podemos prevenir. Por ello, debemos siempre estar atentos «a lo que aprenden a nuestros hijos», que va mucho más allá de lo que les enseñan en la escuela.

Que extraordinario sería que cada madre y padre pudiera decir con orgullo –y sin pretensión de vanidad– que contribuye en la crianza de hijos emocionalmente estables, tolerantes y respetuosos de las diferencias, con un corazón de oro, y una capacidad autoreflexiva crítica que les lleva a cuestionar los «por qué» de cuanto les tratan de enseñar. ¡A ello aspiramos!

Twitter: @felixtena
Instagram: @tenadesosa

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