Donde el derecho manda, la naturaleza ordena

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Las lluvias derramadas en el gran Santo Domingo el pasado viernes 4 de noviembre, mostraron el lado débil de una urbe que se ha desarrollado vertiginosamente en los últimos 20 años, gracias entre otras cosas a las normas legales que sustentan todo el desarrollo social, económico, político y tecnológico que el Derecho pone a disposición del Estado y los ciudadanos. Las posibilidades de inversión extranjera, el desarrollo de los micros y pequeños créditos para emprendedores, solo es posible en un ambiente de “seguridad jurídica”, otorgada por el derecho como norma de convivencia social.

El Derecho, es el creador de todo el andamiaje jurídico que manda a los ciudadanos, empresas y al Estado a actuar de conformidad a las normas que han sido emanada de la autoridad encargada de formular leyes, promulgarlas y ponerlas en ejecución. En otras palabras, no existe esfera de la sociedad sin ser permeada por las normas del derecho. Sin embargo, esos mandatos del derecho quedan relegados a un segundo plano, cuando la naturaleza con sus múltiples normas, decide poner en orden aquella esfera que el derecho aunque lo regule no ha podido poner en orden.

La naturaleza con sus leyes eternas e inmutables, es la que decide realmente el orden que deben seguir las cosas. Es posible observar la forma en la que la naturaleza está poniendo orden, en los escenarios en los que el derecho ha incursionado sin mucho éxito. Estudiar lo que ha mostrado la naturaleza a partir del tiempo en el cual estuvimos encerrados por espacio de un año a causa de la Covid-19, nos puede dar una idea de que el derecho manda, pero la naturaleza ordena.

El derecho ha pretendido mandar a los Estados a que realicen esfuerzo extra para reducir la contaminación ambiental, dado que ésta puede hacer incontrolable el efecto invernadero y por ende desequilibrar el planeta y por tanto producir catástrofe naturales causada por el calentamiento global. Para lograr estabilizar esos cambios el derecho ha promovido instrumentos internacionales como “La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) fue adoptada en Nueva York el 9 de mayo de 1992 y entró en vigor el 21 de marzo de 1994”.  Pero no ha sido posible que los países acaten esos mandatos del Derecho Internacional.

En este punto existen muchas aristas sobre el problema mundial de la contaminación ambiental, en todas ellas el Derecho pretende mandar a ciudadanos, órganos e instituciones, sin que sus mandatos hayan logrado reducir la destrucción que nosotros hemos ido causando con nuestras acciones. Ante esa incapacidad de cumplir con los mandatos del derecho, la naturaleza ha actuado de la forma que solo ella sabe hacer, poniendo orden en el desorden causado por el hombre. 

En este año 2022 las inundaciones en distintos lugares del planeta han superado las expectativas de los expertos en cambio climáticos. Gracias a las tecnologías de la información hemos visto, solo en países del continente americano como Venezuela, México, Colombia, Estados Unidos, Brasil y Perú, los daños causados por inundaciones, deslaves y otras catástrofes naturales. A pesar de los daños que causan a la población esos desastres naturales, para la naturaleza es solo parte del orden que impone, donde el derecho manda.

Por lo anterior, las inundaciones repentinas que tuvimos los dominicanos recientemente, solo es parte de lo que el derecho denomina “caso fortuito o fuerza mayor”. Es que la naturaleza tiene la capacidad de romper las reglas e imponer su orden. Para muchos dominicanos afectados por la inesperada fuerza de la naturaleza, quizás no sea alentador saber que somos los seres humanos lo que estamos provocando que cada vez más suceden acontecimientos naturales incontrolables. 

La voracidad con la cual el hombre en su afán de obtener recursos económicos está destruyendo su propio hábitat y la falta de conciencia sobre dónde van nuestros desechos sólidos, son y serán las causas de acontecimientos como el ocurrido, que solo traen pérdidas humana y económica a todos. Porque por suerte o mala suerte la naturaleza no discrimina, de ahí que, a los que el derecho no puede mandar, la naturaleza, si le puede ordenar.

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