COVIDIANIDAD DE LA NATURALEZA

El día veinte (20) de marzo del año dos mil veinte (2020) subí a mi Versa 2012 rumbo al sur profundo, recorrí 198 Kilómetros alejándome rápidamente del virus que desde hacía veinte (20) días había entrado a nuestro país vía un ciudadano del país de la cosa nostra.

Pensé que en mi refugio momentáneo duraría unos 15 días, para luego reintegrarme a mis labores habituales de tribunales, aulas, tapones y hacinamiento cotidiano en una ciudad que cada día se convierte en algo inhóspito, donde solo se sobrevive con dificultad.


¡Vaya sorpresa! Resulta que ya han pasado más de 65 días y no he vuelto a mis labores cotidianas. Gracias al universo, la covidianidad de la naturaleza es la magia que tiene de renovarse asimismo cada cierto tiempo, lo que ha permitido que conozca a profundidad un pequeño municipio de Barahona llamado la Ciénaga.

Aún el virus microscópico que ha puesto el mundo de cabeza no ha visitado este pequeño poblado, no quiere decir que en el futuro el virus decida pasar por éste poblado de habitantes costeros, como lo ha hecho en tanto otros lugares, pero de hacerlo, no será por mucho tiempo. Sin pretender ser peregrino, es muy probable que en este lugar no encuentre el nicho adecuado para su proliferación. Es que aquí las personas tienen el espacio suficiente para mantener el distanciamiento social que ha venido a imponer el bicho. Pero además las cálidas aguas del mar que bañan todo el poblado es para el virus un hábitat peligroso, que impide su propagación. El calor abrasador de un sol que inicia en verano a las seis de la mañana y se despide a la siete y treinta de la noche, tampoco es el lugar más idóneo para el avance del condenado viajante que ha causado pánico en el mundo.

Quizás el Covid-19 ha venido a poner orden en la naturaleza, pues hemos vistos especies que creímos extinta saltando por las calles, bosques y mares. De ese mismo modo, puede el ser humano renovar sus esperanzas de vivir en armonía con la naturaleza. Parecería quimérico lo que he expresado, pero lo cierto es que en la Ciénaga de Barahona, la realidad supera la ficción. Así, lo que pretendía ser un alejamiento momentáneo de una ciudad cada día más avasalladora, de repente se ha convertido en un remanso de tranquilidad que no deseo abandonar. Pero más que eso, pienso que cada uno de los dominicanos debemos aprovechar si salimos con vida de este momento histórico de la humanidad, lograr escaparse de vez en cuando de ese mundo indetenible que se vive en las ciudades. La vida nos regala una oportunidad, aprovechémosla.

Aquí la naturaleza se renueva en los ciclos normales, ya que en este poblado y sus campos cercanos el ser humano aún vive en cierta armonía con la naturaleza. Así le sugiero visitar este remanso de paz, tranquilidad y hoy mucho más importante, libre de coronavirus hasta el momento. Eso sí, cuando decida hacerlo trate al menos de conocer uno de estos lugares: montañas del Toro, Cachote, La mina de Larimar, Balneario La Plaza, San Rafael y los Patos. Me he quedado en casa durante todo este tiempo, se llama Monsorimar. Solo esperemos que todo pase y nos encontraremos de nuevo, pero en la Ciénaga de Barahona.

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